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Sobre Abuela Cata

La abuela Cata era mi abuela materna, una hermosa señora, llena de vida, muy elegante, muy humilde, muy buena persona, y sobre todo muy habilidosa para las manualidades. Entre otras cosas, le gustaba tejer, y de su mano di los primeros pasos en el tejido a crochet y dos agujas.
En su homenaje, he dado origen a mi marca de tejidos, y la impronta principal de la misma es recrear aquellos trabajos que la abuela Cata realizaba hace muchos años atrás. Mi casa materna estaba llena de objetos tejidos por ella, algunos de los cuales aún se conservan, y en mi casa actual también guardo algunos como un tesoro. Cuento también con un gran número de las revistas de tejido Labores que ella coleccionaba, y las Mucho Gusto, donde están los patrones de muchos de sus trabajos. Agujas, hilos, lanas, ideas... y muchos recuerdos...

Cuando yo era niña, a dos cuadras de la casa donde vivía, estaba la fábrica textil Filux, donde se confeccionaban prendas en telas de algodón y plush. Los retazos de esas telas eran sacados a la vereda en grandes bolsas para ser deshechados.

La abuela Cata y otras mujeres, iban a buscar esas bolsas que contenían tiras de esas telas, las unían y formaban ovillos como los que hoy conocemos como "totora", y con ese material tejían patines para los pisos de madera, alfombras ovaladas y redondas, y cuadraditos de colores que luego unían formando mantas y colchas que obsequiaban en Cáritas.

Antecedentes de lo que hoy es furor en la decoración actual...

HISTORIAS DE LA ABUELA CATA...


Collar de perlas.

Hoy María se puso el collar de perlas de su abuela. Es una de las pocas cosas que conserva de ella. Lo encontró en su caja de bijou mezclado con otras fantasías. Lo tomó entre sus manos, lo observó durante unos minutos, lo recordó colocado en el cuello de su abuela engalanando su fina ropa, se miró al espejo, apenas sonrió... y lo colocó en su cuello. Vestía una blusa azul, hermosa y llamativa; se miró nuevamente al espejo. Ahora la sonrisa era plena. Y partió con el collar de perlas a su trabajo.
Durante la jornada laboral se lo observó varias veces, y el recuerdo de su abuela se hacía presente al instante.
Ella la inspiró para escribir estas historias.

Abuela...

La abuela Cata nació a principios del siglo XX, allá por el año 1913. Época conflictiva en la Argentina.
Única hija mujer, cuatro hermanos varones. Tuvo que hacer de hija, hermana y madre a la vez, ya que su mamá falleció siendo ella muy niña. Tomó a cargo a su familia, intercalando su tiempo con la escuela y las clases de bordado, de corte y confección y de cocina. Trabajó desde muy joven y también se enamoró a muy corta edad.
A la abuela le tocó transitar épocas de cambio y revolución a nivel político e institucional, económico y social.
Fueron muchos y complejos los factores de cambio que han iompactado sobre la estructura de la sociedad occidental y sobre la familia tradicional en los últimos años, y la abuela fue parte de ello.
Su familia, tradicional y conservadora, dejó en ella una impronta que sería su modelo de vida a seguir.
Su infancia fue difícil. La muerte de su madre le adelantó la madurez, viéndose obligada a hacerse cargo de los quehaceres del hogar y de cinco hombres hambrientos de atención y de cuidados: su padre y sus cuatro hermanos.
Su padre, que vivió 105 años, siempre fue amante de la lectura y la escritura. Era Juez de Paz ad honorem, de esos cargos que ya no existen más, y su predilección era ayudar a los más necesitados. ¡Qué modelo tuvo la abuela! Fue un hombre muy reconocido a nivel local y se destacó por sus buenos tratos, su amabilidad, su estricta conducta, su honestidad y su palabra, valores casi perdidos en la actualidad. En esos tiempos no se necesitaban contratos que obligaran a cumplir lo pactado. La palabra alcanzaba.
Esos valores mamó la abuela, y dejaron una huella tan marcada, que fue fácil seguirlos.
A corta edad la abuela se casó con un hombre mayor que ella, unos cuantos años dicen, que era periodista y escritor, procedente de una familia numerosa, donde todos estaban vinculados a la docencia.
Este hombre, el abuelo de María, era también muy educado, correcto y amable, inteligente y también vinculado a lo social, pero desde otro lugar. No eran casuales las elecciones que hacía la abuela de María, y con tales antecedentes en la familia, tampoco fueron casuales las elecciones de María.
La abuela tuvo dos hijas que disfrutaron poco tiempo del amor de su padre, ya que la muerte las visitó tempranamente y se llevó al abuelo de María en poco tiempo.
Alcanzaron esos años compartidos para plasmar un modelo de vida a seguir.

"Para que sigas abrazando a tantos como hasta ahora..."

Así reza la dedicatoria escrita por María a su abuela en un libro que le regaló en el año 1988 con motivo de un cumpleaños y que se llama "Abrázame" de Kathleen Keating.
La abuela abrazaba y mucho. Abrazaba la vida, el amor, la caridad, la templanza; abrazaba con su mirada, con su dulzura, con su mano suave y firme a la vez.
Abrazaba las delicias que cocinaba con tanta dedicación y que luego disfrutaba cuando otros las saboreaban. Abrazaba las prendas que cosía con esmero bajo el ventilador de techo de su "piecita" de costura, en las tarde de verano.
Abrazaba a sus plantas cuando les quitaba las malezas, las regaba y les acercaba tierra.
Abrazaba a su perra, fiel amiga y compañera, a quien consideraba un integrante más de la familia.
Su corazón era todo abrazo. Y en los últimos años de su vida, cuando ya no salía de su casa, acosada por un dolor de huesos limitante, seguía abrazando a quien la visitaba en su morada.
Fue fuerte y valiente, terca y porfiada. Nada la detenía para estar siempre en actividad. Era incansable.
Tuvo el privilegio de conocer a dos bisnietos. El tercero nació posterior a su muerte. Para ellos tejió y cosió hasta cansarse. Los acunaba en sus brazos aunque eso significaba un fuerte dolor de brazos después.
Aún entrada en años, su espíritu se mantenía joven. María heredó su fortaleza y sus dones.
La abuela sigue abrazándola a través del ángel que le dejó a su lado para que la proteja, y que fiel a su promesa, la visita cada noche para velar sus sueños.

El legado de la abuela.

La abuela Cata sentó en María las bases de la filantropía, de la ayuda social al que menos tiene, de la presencia para dar una mano, o escuchar un lamento o una historia de vida. Su misión de vida era estar ahí donde el otro te necesita. Daba sin esperar nada a cambio. Sentía placer al dar. Tejía una mantilla para obsequiar a una mujer embarazada que apenas conocía, o le hacía una torta a alguien que cumplía años, o sacaba de su cartera una moneda para esa mujer que pedía limosna con su hijo en brazos, o le daba un kilo de harina a la vecina, sin reclamarle luego su devolución. Era sana, dulce, suave, cariñosa. Nada mezquina. Era todo dar.
Su compañía era la oración. Siempre estaba acompañada de un rosario y de una estampita de su santo preferido. La Biblia era su libro de cabecera.
Ella dejó una huella en la vida de María, imperceptible, pero mágica. Un ejemplo de vida en mayúsculas. Dar por el simple hecho de dar. Nunca le sobró nada, tampoco le faltó. Dicen que todo lo que va, vuelve.
Su gran bondad y su entrega sin límites la hicieron única.
¡Gracias abuela Cata por tu legado!

Dulce despertar.

Son las 9.30 h . Día sábado. Época de clases. Dulce despertar. Se escucha el canto de los pájaros. Una línea de luz, apenas una línea, se filtra por la persiana que aún permanece cerrada, que no ha despertado al día, y toca casi imperceptiblemente, como una caricia, la suave cara de María. La quiere despertar, le avisa que ya es hora de levantarse. María gira sobre la cama, destapa como al descuido una pierna, vuelve a acomodarse como para seguir durmiendo. La línea de luz sigue insistiendo en despertarla. Gira nuevamente hacia el otro lado, sus piernas quedan revueltas entre las sábanas. Abre un ojo, pero el párpado está pesado y vuelve a cerrarlo. Le gusta remolonear... ¡cómo le gusta remolonear! Piensa: "total es sábado".
Sigue dando vueltas en la cama, en esa hermosa y cálida cama de dos plazas que no siempre puede disfrutar; sólo tiene ese privilegio los días viernes a la noche cuando su abuela la invita a quedarse a dormir en su casa. ¡Ah!... ¡Qué placer! ¡Dormir en la cama de la abuela! ¡Dormir en su cama, a su lado! ¡Es maravilloso!
La abuela se levanta temprano como todas las mañanas, no importa que sea sábado, ni tampoco que haga frío o calor. La abuela se levanta, toma unos mates, y sale a saludar a sus plantas, a sus bellas y frondosas plantas. Las riega mientras las saluda, les cuenta historias, las acaricia, las llena de energía, les quita suavemente las malezas, las hojas secas, y los bichitos impertinentes que se empeñan en anidar en sus hojas.
En un sector del patio hay un gran gomero que nació junto con la casa, y que es tan grande que sus hojas rozan la ventana de la habitación de la abuela, donde todavía remolonea María.
En otro sector hay un naranjo, siempre florecido, con esos azahares que embriagan el aire de perfume y que invitan a quedarse allí, oliendo y disfrutando con los ojos cerrados, perfumando el alma y transportándola adonde quiera ir.
Atrás del naranjo, y un poco hacia la izquierda, se eleva altiva la higuera, el gran árbol de la higuera, enorme y lleno de frutos, gustosos, sabrosos, que invitan a devorarlos ahí mismo bajo su sombra, o en el delicioso dulce que suele hacer la abuela. ¡Ahhhh...! ¡el dulce de higos de la abuela! No hay otro que se le parezca...
Siguiendo el recorrido, en el fondo del patio se halla el limonero, también lleno de azahares, cuyo perfume compite con el del naranjo. Y diseminada por ahí, como coronando la belleza del lugar, se yerguen las rosas, las reinas de la casa. Las hay de todos los colores, rojas, rosas, blancas. ¡Cuántos colores! ¡Cuántos aromas! ¡Melodía de perfumes! colman el olfato embriagando y elevando el alma y el corazón.
Al lado del gomero se asoma una rosa china roja, muy grande también, que con su copa cubre otras plantas menores y la acelga que plantó la abuela que ya está lista para cosechar.
No puedo olvidarme de la ruda, del taco de reina, del lazo de amor, y de los tomates y morrones que crecen al azar según donde caigan las semillas que tira la abuela.
La naturaleza a pleno se despierta con la abuela cuando ella sale a saludarla y a regar sus plantas.
María escucha el sonido del agua. Se queda un rato más en la cama disfrutando la suavidad y el olor de las sábanas de la abuela.
Abre sus ojos. Ve la antigua cómoda de roble y el gran espejo. A los costados de la cama, también de roble y con colchón de lana, esos de antes, "de la época de las abuelas", hay dos mesas de luz; una tiene un teléfono y un vaso de agua. La otra la Santa Biblia, que la abuela lee todas las noches, llena de papelitos marcando los versículos preferidos, una estampita del Sagrado Corazón, una de San Martín de Porres y una de la Virgen Nuestra Sra. de la Merced; el pañuelo de la abuela está bajo la almohada, por si acaso lo llegara a necesitar.
Arriba del respaldo de la cama hay un gran rosario de madera con un crucifijo tallado. Y mucha paz en la habitación...
El olor de las tostadas recién hechas recorre el comedor, dobla por el pequeño distribuidor y pide permiso para entrar en la habitación de la abuela, donde María hace fiaca. Llega hasta su nariz, y sin su autorización penetra por sus fosas nasales. María se sienta de golpe en la cama, gira sus piernas hacia el piso, se calza sus chinelas de felpa nuevas y camina como sonámbula hacia la cocina, llevada de las narices por el aroma a pan recién tostado.
- ¡Abuela! ¡qué rico olor!
- ¡Hola, mi amor! ¡Te despertaste! Veni que tengo el desayuno preparado...

La noche anterior la abuela Cata le había preparado para cenar a María su comida preferida: milanesas (las mejores del mundo) con papas fritas. Las papas fritas de la abuela tienen un sello único, son papas cortadas en forma de bastón, crocantes por fuera y tiernas por dentro. No hay otras igual.
Cenar con la abuela tiene su encanto particular. Con la luz tenue del comedor, sin televisión, en silencio, degustando los sabores más bellos y deleitando el oído con historias... las que cuenta la abuela... que no son como otras historias... con como sus milanesas con papas fritas... ¡únicas!

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